Entrevista a Julio Medem: “Siempre necesitamos héroes”
Escrito por Héctor Gil
El reconocido cineasta Julio Medem nos descubre el aspecto más
cercano de la Grecia de Pericles a través del personaje de Aspasia, una
mujer que tomó la filosofía como faro para orientar su vida. Hoy nos
acercamos a ella a través de una novela histórica, y próximamente, desde
las imágenes del cine.
Tenemos la maravillosa oportunidad de entrevistar a Julio Medem
Lafont (San Sebastián, 21 de octubre de 1958). Su afición por el cine
nació gracias a una cámara súper 8 con la que hacía volar su
imaginación. A los dieciocho años se decidió por convertirse en
psiquiatra. Se licenció en Medicina y Cirugía en el País Vasco.
Rodaba cortometrajes y escribía guiones que soñaba algún día
convertir en largometrajes. Tras la realización de su primer filme, con
el que consiguió una gran repercusión por lo original de su propuesta,
Medem comenzó a construir a través de sus películas el universo fílmico
más interesante del cine español y uno de los más destacados del cine
europeo, de mirada tan personal como las de Luis Buñuel, Bergman o
Kieslowski.
Tras rodar 'La ardilla roja' (1993), premiada en Cannes, fue recomendado por Stanley Kubrick. Steven Spielberg le propuso dirigir La máscara del Zorro, que Medem desestimó. Con 'Los amantes del Círculo Polar', le llegó el reconocimiento del público y se consolidó como uno de los grandes valores de la cinematografía actual. Siguieron 'Lucía y el sexo','La pelota vasca', y'Caótica Ana'. Hubo un parón y regresó con 'Habitación en Roma' (2009).
Hoy presenta su primera obra literaria, 'Aspasia, amante de Atenas',
que nació como ambicioso guión sobre el político griego Pericles. En
esta maravillosa novela describe unas muy verosímiles aventuras de
Aspasia, valiente filósofa y culta educadora. En la trama intervienen
filósofos, políticos, héroes… hombres y mujeres de acción que forjan el
destino de las ciudades y de nuestra civilización.
¿Por qué se ha ido a la época de Pericles (s. V a.C.) para ambientar su novela?
Primero, por el propio Pericles, el gran político de la democracia
radical; me fascinaba su energía, su generosidad, su defensa de la
isonomía, la igualdad de derechos de los ciudadanos, ricos o pobres, y
sus contradicciones, como su visión imperialista de Atenas con respecto a
las otras polis griegas. Y el hecho de que fuera la figura más
importante de una época crucial para la fundación de Occidente; la
Historia ha bautizado el siglo V antes de Cristo como el siglo de Pericles.
Pero además me atraía por esa tentación a la que solemos ceder de hacer
cierto “presentismo” con la Historia en épocas en las que encontramos
paralelismos con nuestro tiempo, pensando que así nos entendemos mejor, y
que no somos tan distintos.
¿Qué es lo que más le atrae del personaje de Aspasia?
Al
principio, pensé en Pericles como protagonista de un guión para cine. Y
mientras la producción se fue complicando, yo iba descubriendo a su
gran amor, Aspasia; la historiografía solo conoce de ella el tiempo que
vivió con él, sus últimos doce años. Me atrajo fundamentalmente el hecho
de que al llegar a Atenas, con veintipocos años, ya fuera considerada
en el círculo de Pericles una mujer sabia. Me propuse entonces el reto
de crear una gran ficción en su vida antes de Atenas, infancia,
adolescencia y primera juventud, para llenarla de fascinantes
experiencias vitales que explicaran su precoz “sabiduría”.
Usted ha dirigido muchas películas. ¿Qué diferencia encuentra entre dirigir una película y escribir una novela?
Fundamentalmente, la compañía en el viaje. Mis guiones los escribo
solo, pero siempre pensando que es la simiente de una película que habré
de hacer en equipo, que comienza a aparecer cuando el productor ha
conseguido la financiación y se inicia la fase de preparación. Entonces
me toca hablar con mucha gente, explicar, transmitir mi visión a
personas muy especializadas que saben hacer su trabajo, cada uno de
ellos en su disciplina, mucho mejor que yo. Por no hablar de los actores
y actrices que han de interpretar y hacer más suyos que míos personajes
escritos por mí; ellos ponen visiblemente sus vísceras y su piel.
Escribir es un juego fascinante donde tu imaginación puede llegar
todo lo lejos que se te antoje, sin límite. No tienes que pensar en lo
que puede costar tal batalla, como la de los titanes, la de Maratón o la
naval de Salamina, en la que lucharon más de mil trirremes y hubo unos
cien mil muertos. Como cineasta te parece estar creando desde las nubes.
Pero claro, tienes que haber dado con un estilo y un tono, que han de
convertirse en norma, y en cada instante, palabra, descripción… te
encuentras con que debes elegir, decidir si estás creando bien la
historia sin salirte del cauce marcado. Porque todo empieza y termina en
el texto. No hay intermediarios, talentos en tu camino que amplifican
tu señal, estás solo. Aunque he de decir que como escritor he disfrutado
de momentos, a veces varios días seguidos, viviendo en tal estado de
profunda inmersión que no podía sentirme más feliz. A veces hasta he
soñado a través de Aspasia, como si mi sueño fuera el suyo, y surgiera
de su subconsciente.
¿En qué se parece esa época clásica a la nuestra?
Quizá en que seguimos pensando a la manera griega, en el sentido en
el que ellos dedujeron desde el primer filósofo, Tales de Mileto (por
cierto, la ciudad de Aspasia), que la naturaleza y el cosmos se regían
por leyes que podrían ser comprendidas por la razón humana, que no eran
caprichos de los dioses. Y eso ocurrió hace 2500 años. Es decir, hace 26
siglos, los griegos pusieron las bases del pensamiento científico, que
es de lo mejor que posee el hombre moderno (quizá debería matizar, el
hombre occidental). Y si nos ponemos a mirar nuestro glosario de
defectos, también comprobaríamos que la mayoría ya estaban apuntados
entonces, especialmente la hybris, pecar por exceso de orgullo.
¿Hoy vivimos una decadencia o un período clásico?
No sé si la humanidad podrá ya vivir alguna vez un periodo clásico,
si se entiende este término por un periodo de “clase” superior con
respecto a otro inferior que lo rodea ampliamente. Por cierto, que el
caso griego solo fue reconocido veinte siglos después, cuando en Italia
se vivía otra época sublime, el Renacimiento. Supongo que lo clásico es
irrepetible. Me gusta pensar que a aquellos griegos, con respecto a la
edad de nuestra especie, se los podría comparar con un niño de siete
años, que comienza a tener conciencia de su yo, a jugar y a disfrutar de
su racionalidad, pero manteniendo su pensamiento mágico. Del hombre
actual no me atrevería a decir que está envejeciendo, porque es
tremendamente dinámico, incluso en su egoísmo, en cómo le deshumaniza el
poder del dinero, pero sí diría que cree saber lo suficiente como para
haber perdido la ilusión por lo desconocido, se vive sin misterio;
aunque por otra parte, hoy vivimos bajo el influjo de la madre araña,
que es Internet, que nos tiene a todos interconectados en su gran red y
que es además una fuente inagotable de información y comunicación.
¿Estaremos entrando en un nuevo clasicismo?… no lo sé. Pero tampoco lo
llamaría decadencia.
¿Qué importancia tiene el ejemplo de los héroes para el resto de la civilización?
Siempre necesitamos héroes, que son mitos humanos, no divinos,
referentes que nos animan a pensar que podemos afrontar los retos más
difíciles, saber que si alguien de nuestra especie puede, en el fondo
cada uno siente que también podría. Nos hacen soñar con nosotros mismos,
imaginarnos superiores a como nos mira la realidad.
¿Quién era Pericles?
Un ser humano colosal. Y al mismo tiempo, comedido. Le encantaba el
teatro, la música y el arte… Era experto en retórica y filosofía, le
interesaba la ciencia, un hombre de razón más volcado en los valores
humanos que en los divinos. Pero fundamentalmente, Pericles fue el
primer político moderno, que combinaba magistralmente lucidez, valor y
prudencia. El paradigma del buen orador. Sus magistrales discursos los
pronunciaba con su voz de trueno ante una asamblea de hasta sesenta mil
ciudadanos, diciendo, por ejemplo, que “en Atenas pensamos que la
libertad requiere valor, y que solo siendo libres conseguiremos que el
pueblo se eleve en todos sus aspectos. El peligro no está en la
discusión sino en la ignorancia. Un pueblo, cuanto más culto y sabio
sea, mejor sabrá elegir su libertad”. Y con estos argumentos consiguió
que la ciudad pagara a los pobres la asistencia al teatro.
¿Qué piensa que pueda ser útil aprender de la historia de Grecia?
La ilusión de las primeras veces.
En su novela, Aspasia aprende de todos los filósofos. ¿Qué papel cree que tiene que jugar la filosofía en la vida?
Como
decía antes, la filosofía es la base de la ciencia, que nace de la
curiosidad por la naturaleza, pero también es la base del pensamiento
libre; el del hijo que se escapa a correr solo, se mira primero las
piernas pero enseguida lleva los ojos al frente y comprueba que está
descubriendo algo, cada vez más lejos del control divino. La filosofía
nos hace hallarnos a nosotros mismos, lejos, entender que somos lo que
pensamos, y desde ahí nos podemos encontrar con los demás. Filosofar es
soltarnos, diferenciarnos para finalmente unirnos mejor. Gracias a las
expresivas enseñanzas de su madre Callíope, la encendida curiosidad de
Aspasia empieza desde niña a bucear. Así son sus primeras búsquedas,
aguantando todo lo que puede la respiración bajo el agua y llegando
hasta el fondo, donde levanta una piedra y mira si hay o no estrellas,
si la Tierra es cilíndrica y bajo el mar se ve el cielo, o esférica, si
cree en Anaxímenes o en Pitágoras. Desde niña, Aspasia aprendió a coger
de cada filósofo lo que más sentido tenía para ella, lo que mejor podía
digerir, su porción de verdad con sus agujeros de dudas. Así, luego
fueron llegando Heráclito, con su cambio incesante, las vías excluyentes
de investigación de Parménides, la del ser y la del no-ser, o el divino
Empédocles, que al tirarse al Etna consiguió que la gran masa de tierra
y fuego del volcán contuviera entonces una parte de filósofo. La mente
de Aspasia se dejaba mover a placer al filosofar, jugueteaba con las
ideas, se probaba… y siempre se divertía. Al llegar a Atenas se
encontraría con un fascinante joven de su edad, Sócrates, el primer
filósofo que conocía en persona.
¿Qué aprendemos del personaje de Sócrates?
Comenzaré por lo más obvio: a saber preguntarnos para descubrir que
en el fondo no estamos seguros de nada. Aspasia entendió enseguida esa
forma de hablar dudando para llegar más lejos, o para sospechar que se
ha llegado a un lugar, a un juicio aceptable por uno mismo. Como se ve
en la novela, el método inductivo de Sócrates ya venía practicándolo
Aspasia por su cuenta de forma intuitiva, con lo que estos dos sabios se
encontraron en la búsqueda de la verdad. Desde esa idea trato a
Aspasia, como filósofa, y es el propio Sócrates quien más se fascina de
lo “bien que piensa” la milesia. La definición del amor, en una primera
conversación, como el deseo de poseer siempre el bien, y en otra, como
procrear en la belleza, sale de la boca de Aspasia; la de ficción,
haciéndose con esa misteriosa identidad que Platón dio a Diotima en su Banquete. El viaje final hacia la muerte de los dos seres amados, es un camino a la belleza en sí misma.
¿Cómo cree que hubiera sido el mundo si no hubiese estallado la guerra entre Atenas y Esparta? ¿Ese conflicto existe de alguna manera hoy?
Sin exagerar, siendo cautos, es fácil establecer cierto paralelismo
de la rivalidad entre Atenas y Esparta, cada ciudad con sus aliados, con
los EE.UU. y la URSS durante la guerra fría. El final se puede decir
que fue opuesto, ya que entonces los “comunistas” espartanos ganaban la
guerra a los “capitalistas” atenienses, mientras que a finales del siglo
XX las republicas soviéticas se desmantelaron y creció sin freno el
imperialismo del dinero.
Me resulta difícil no imaginar que Atenas y Esparta acabarían
entrando en guerra. Para cada una de ellas, la existencia de la otra era
una amenaza para su supervivencia. Personalmente lamento la derrota de
Atenas, en el sentido de que me hubiera gustado que durase mucho más el
tiempo de paz, más de los cincuenta años que hubo entre las dos guerras,
ya que fue entonces cuando ocurrió el prodigio ateniense, por lo que la
ciudad se convirtió en emblema de la civilización griega clásica,
gracias en buena medida a los sabios y hombres de talento que llegaron
de otros lugares. De Esparta nos ha quedado la constatación de que sus
falanges estaban formadas por los hoplitas más fieros y mejor preparados
del mundo. Los atenienses también podían presumir de victorias
militares, sobre todo por la habilidad estratégica de sus generales,
pero de su ciudad, Atenas, ahora se podría decir que es la capital de la
Edad de Oro de Grecia.
¿Por qué cree que es importante conocer la historia y que haya tantas publicaciones sobre novela histórica?
Conocer la historia nos hace, sobre todo, más largos, medimos mucho
más, la percepción de nuestra existencia se dilata, con lo que nos
volvemos más estables con el presente, comprensivos, y nos ayuda en
nuestros dilemas sobre el futuro. Y por supuesto, es una fuente
inagotable de conocimientos.
El caso de la novela histórica es aún más atractivo, porque al tener
personajes de ficción se puede encontrar la identificación; hay ideas,
pero también sentimientos que podemos experimentar en primera persona,
con lo que el viaje al pasado es mucho más completo.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Uno muy interesante, que me va a gustar contar aquí, es que la
productora española Morena Films, a través de su nueva delegación en Los
Ángeles, está comenzando a desarrollar una serie internacional de gran
presupuesto basada en mi novela, “Aspasia, amante de Atenas”. Aún no se
puede contar mucho más, ya que el proyecto acaba de comenzar a dar sus
primeros pasos.
Y yo termino diciendo que la idea de que Aspasia llegue a existir en imágenes estaba entre mis mejores sueños.
Más información en: www.juliomedem.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario